Artículo de Luis Perez Freire, Director General de Gradiant, empresa que forma parte de DATAlife
La crisis del coronavirus está teniendo un impacto sin precedentes en la sociedad y en todos los sectores económicos a nivel internacional. Dentro de las cadenas de valor contempladas en DATAlife, hay dos que se están viendo especialmente afectadas. Obviamente y en primer lugar la de la salud, por las características de la crisis que estamos viviendo. Pero también la cadena de valor agroalimentaria está sufriendo tensiones sin precedentes de las que probablemente somos mucho menos conscientes, pero tan serias como para ser motivo de una carta del comisario europeo de agricultura, Janusz Wojciechowski, alertando de la gravedad de la situación a todos los ministros de agricultura de la Unión y haciendo un llamamiento a la cooperación para asegurar el suministro de alimento en Europa.
Inicialmente, la declaración del estado de alarma generó una sensación de riesgo de desabastecimiento de alimentos y productos básicos que afortunadamente ha sido sólo un espejismo. A día de hoy nuestra sociedad no percibe la escasez de alimentos como un problema ni como un riesgo dentro de la crisis que estamos viviendo. Sin embargo hay que tener muy en cuenta la complejidad de la cadena de valor agroalimentaria, altamente globalizada, sometida en estos momentos a una gran presión.
En un documento del 29 de marzo la FAO señala que la disponibilidad de productos alimentarios básicos no está (al menos todavía) en riesgo, destacando que las reservas mundiales de trigo, maíz, arroz y soja están en sus máximos niveles de los últimos años. El problema por tanto no es de disponibilidad de stock sino de tipo logístico, a causa de las rupturas en la cadena de suministro. Como consecuencia de las medidas tomadas para limitar la expansión del virus, la entrada/salida de mercancías se está viendo retrasada o incluso bloqueada, incrementando la dificultad de las exportaciones e importaciones internacionales, e incluso el transporte entre regiones diferentes en un mismo país. Inevitablemente, en una situación como esta la tendencia es a «acortar» las cadenas de suministro y hacerlas más locales, priorizando incluso el abastecimiento del mercado nacional sobre las exportaciones.
Mención aparte merece el impacto de la crisis en los productos de alto valor añadido: frutas, vegetales, pescado, y carne. A diferencia de los productos alimentarios básicos, la producción de estos productos de valor añadido está en general en manos de pequeños productores, más expuestos a las inclemencias económicas de la crisis. Desde la asociación europea de productores y cooperativas agrarias se ha puesto recientemente la voz de alarma sobre esta situación (aquí y aquí).
La ruptura de la cadena de suministro afecta especialmente a los productos de alto valor añadido por su condición de perecederos, mermando significativamente su valor en el mercado. Además, estos productos suelen ser mucho más intensivos en mano de obra que los productos básicos. Por tanto, la reducción drástica en la movilidad de las personas (tanto nacional como internacional) está provocando un efecto de escasez de mano de obra en el sector agrícola, que a su vez está provocando que muchos cultivos de temporada se estén quedando literalmente en el suelo, con un impacto económico irrecuperable para los productores, y generando grandes cantidades de alimento desperdiciado. A todas estas dificultades hay que sumar el cierre del canal HORECA, con la consiguiente caída de demanda, y el cambio repentino en los patrones de consumo de los particulares, enfocándose principalmente hacia la compra de productos básicos.
¿Qué lecciones podemos extraer de todo esto? Y sobre todo, ¿qué se puede aportar desde un hub de innovación digital como DATAlife?
Digitalización de la cadena de la cadena de valor agroalimentaria
Las disrupciones que está sufriendo la cadena de suministro implican graves problemas tanto para los proveedores como para los compradores, que se ven obligados a «rediseñar» en el menor tiempo posible la cadena para, respectivamente, dar salida a su stock y para encontrar suministro de producto y materia prima. El problema para ese rediseño está en que no siempre los agentes están 100% interconectados. La información sobre stock y demanda tampoco es fácilmente accesible ni está integrada en sistemas que permitan una gestión en tiempo real, debido a que la cadena de valor no está suficientemente digitalizada. Aquí encontramos, por tanto, un ámbito de actuación muy importante.
Por otra parte, si queremos aprovechar la oportunidad que brinda esta crisis para «acortar» la cadena de suministro y poner en valor la economía local (normalmente compuesta por multitud de pequeños productores y consumidores), deberíamos potenciar la digitalización de todos los agentes, tanto en el ámbito B2B (mercados digitales) como en el B2C, para conectar de forma más efectiva la oferta y la demanda. En el ámbito B2C esto se traduce en plataformas de comercio electrónico (recomendadas por la FAO como medida de contingencia para pequeños productores). Es interesante, a la vez que esperanzador, comprobar que como respuesta a la crisis del COVID ya se están poniendo en marcha iniciativas en esta línea.
En cualquier caso, es importante dar este paso sin romper con las cadenas de suministro globales. Por tanto, es necesario no perder de vista la estandarización para garantizar interoperabilidad entre las distintas plataformas, establecer arquitecturas y mecanismos que permitan descubrir fácilmente la información, pero sobre todo y en primer lugar, tener claro que es un paso necesario y beneficioso para la sostenibilidad de la cadena de valor a largo plazo.
Por último, pero no menos importante, recordemos que la confianza en los sistemas de información y en la información en sí misma es un requisito imprescindible. Por tanto, cobran especial importancia los mecanismos de seguridad, autenticación y trazabilidad.
Predicción de demanda y patrones de consumo
La crisis actual nos está dando un ejemplo fuera de lo común sobre los cambios abruptos en la demanda de productos (no sólo alimentarios) y la repriorización de las necesidades de los consumidores. Si en condiciones normales ya supone una ventaja competitiva el adelantarse a los cambios en los patrones de demanda y consumo, en una situación como la que estamos viviendo se convierte en un elemento crítico. Ante la amenaza de una crisis como la del COVID cabría, por ejemplo, hacerse la pregunta de cómo se alteraron los patrones de consumo en anteriores epidemias, o simular diversos escenarios para estimar cómo impactarían a la demanda de un determinado tipo de producto.
La analítica predictiva de datos representa una oportunidad para la toma de decisiones y optimización de la producción en función de la demanda estimada en base al procesado inteligente de todas las fuentes de información disponibles: series históricas, stock almacenado, precios de materias primas, noticias, redes sociales, etc. Es obvio que un sistema de estas características incrementará su efectividad si disponemos de una cadena de valor altamente digitalizada y con la información fácilmente accesible para todos los agentes. Por tanto, no sólo se trata de aplicar inteligencia al análisis masivo de información, sino de disponer de la información adecuada en un formato adecuado, lo cual nos lleva de nuevo a destacar la importancia de la interoperabilidad/estandarización y los mecanismos de compartición/descubrimiento de la información.
Robotización de la actividad productiva
Los sectores industriales y empresas con un alto grado de digitalización y automatización se están mostrando más resilientes a la crisis, en general, que aquellos más intensivos en mano de obra. Dentro del sector primario, esta diferencia se aprecia claramente entre el subsector de producción de alimentos básicos y el subsector de productos alimentarios de alto valor. En el primero hay un alto grado de mecanización y robotización, mientras que el segundo está mucho más basado en la mano de obra, y por tanto está sufriendo de forma mucho más directa los efectos de la crisis. A día de hoy, por múltiples razones, no es factible contemplar el uso masivo de robots autónomos en los procesos de producción de alimentos de alto valor (como frutas y vegetales), pero a medio/largo plazo parece razonable pensar en una implantación progresiva de estas tecnologías, tanto por razones de optimización de la producción como para reducir la dependencia con la mano de obra, por otra parte cada vez más escasa para estas labores, según los datos estadísticos anuales del sector.
Estas reflexiones sobre digitalización de la cadena agroalimentaria, si bien motivadas por el contexto actual de la crisis COVID, no dejan de tener validez en un marco a largo plazo. Vienen a complementar el discurso ya ampliamente establecido de la digitalización como una herramienta para la mejora de la sostenibilidad. Aumento de la productividad, reducción de la huella medioambiental, y evolución hacia una economía más circular y un consumo responsable bajo el marco del Pacto Verde (Green Deal): estos son los pilares de la estrategia europea «farm to fork«, que contempla las cadenas de valor agroganadera y pesquera, y se encuentra en fase de preparación. Está por ver cómo la crisis COVID actual influirá en una posible redefinición de esta estrategia, pero entretanto ya se están produciendo retrasos importantes en su publicación y ya hay voces del sector que exigen que se posponga hasta que no estén claros los efectos de la crisis, que podrían provocar un replanteamiento de prioridades previsiblemente en favor de la seguridad alimentaria y la resiliencia del sector, en detrimento de otras prioridades más alineadas con el cambio climático.